Escuchó el sonido de los pasos, antes que el pestillo de la
puerta.
Estaba vestida otra vez, con los tacones
en sus manos y lágrimas en los ojos.
— ¿Adónde crees que vas? —Dijo.
—Me voy. —Ella contestó.
— ¿Te vas? No lo entiendo, qué te sucede, —calló un momento y luego dijo— ¿Hice algo mal?
—No, pero lo harás. Así que estoy yéndome, estoy dándome la oportunidad
de dejarte. Antes que tú me dejes a mí, porque lo harías, todos siempre lo
hacen. No me permitiré que esto sea más que una noche. Porque eso es todo lo
que es, nada más. No puedo dejar que sea algo más, porque ya estoy cansada del
dolor y el abandono, de las falsas
ilusiones que estúpidamente me hago que no llegan a ningún lado. El falso amor que todos profesan, un “siempre” que dura dos días. Como
encariñarme contigo, y tener miedo de que algún día salgas y me dejes. Rota,
vacía, sin nada. Así que estoy yéndome.
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